Revista Artecontexto N24

La sortija brillaba entre la yerba, pero no anduvimos tan lúcidos como para salvarla. No sé de qué manera hay gente que puede meditar eso, lo de que la maté y toda esa historia. Gente que no lo dirías, que te has tomado con ellos mil cervezas, sabes, y ahora esto, ahora te señalan con el dedo, míralo, allí está el monstruo, me señalan y me agravian hasta en el momento en que estoy dormido, me despierto hecho una sopa, vivo como con fiebre. La veo allí muerta fondo del pozo, tal como afirmaban los periódicos, acurrucada, en posición fetal tal y como si realmente no hubiera vivido, tal y como si todo para ella hubiera sido un mal sueño, todos y cada uno de los fracasos, los suspensos, la melancolía, la soledad de su música invisible, un mal sueño solamente. En el bus la mayor parte de los chicos se habían colocado en las últimas filas e iban bebiendo latas de cerveza que habían comprado en una de las paradas. Dicen que vayamos donde hayamos ido debe apreciarse bien que somos de San Cristóbal de los Ángeles.

El gran gurú de la digitalización, obsesionado por la facilidad, los consideraba sencillamente un obstáculo innecesario en su vida diaria. Todos sabemos asimismo en qué medida esta ideología del acceso cómodo y también inmediato a la información ha cambiado de manera irreversible la tecnología de nuestros ordenadores y nuestra relación con ellos. Ese hombre no era tu novio, y él lo sabía, se encontraba escrito en el filo de la sonrisa cicatriz que asomó a sus labios mientras tú te aproximabas por el pasillo central, cada vez más espantada. Viste a la madre de tu novio llorando a su lado, como un enorme pastel fucsia, pero él no era su hijo y tú empezaste a tremer.

Bestiario Inédito

Se trataba de un fallo inofensivo, una imposición a la que no se enfrentaba pues en el fondo facilitaba su historia asignándole papeles y situaciones que, de otra manera, tal vez no habría conocido solucionar. De todos modos tan misteriosas y también incomprensibles resultaban las mujeres como los hombres, casi mucho más aún, sobre todo por aquella especie de malla flexible y también invisible en razón de la que, mediante documentales, artículos y programas de la televisión, las unas y las otras se asistían y se comprendían con una especide de conocimiento mágico y ancestral. En el momento en que hablaban de aquella forma Diana entraba en una especie de trance admirativo y confuso en el que de alguna manera no podía eludir la soberbia de que aquellas mismas personas la consideraran a ella una parte de ese colectivo al que tan ardorosamente defendían. Aquella casa, como la de mi abuela o, después, la de mis tíos Agustina y José María, en la calle del Trillo, fue mía por largas temporadas, desde el momento en que nací hasta pasadas más de 2 décadas y, en ambas viviendas, me sentí honrado y feliz.

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Al otro lado de esa explanada estaban el velódromo descuidado y el canódromo, con los gitanos y sus galgos y extraños individuos que apostaban y llevaban anillos de oro y tenían una observación turbia y equívoca sobre una eterna sonrisa también veteada de oro. Era un espacio prohibido, como la fábrica de zumos Zuic que se alzaba, con el orgullo de cualquier edificación industrial, detrás del canódromo. ¿Piensa Internet, por su tendencia furiosa a la inmediatez, la horizontalidad y la superficialidad una “anticultura”? Antes de procurar aproximarnos a esta cuestión, puede ser útil rememorar brevemente qué entendemos por “cultura”. La raíz latina de la palabra es “colere”, expresión que abarca desde el cultivo de la tierra para hacerla fértil a la protección o salvaguardia de un territorio delimitado. En sus Tusculanae Disputationes, Cicerón, por servirnos de un ejemplo, se hace eco de este concepto en el momento en que equipara el seguir cultural y filosófico con la siembra y cultivo de los campos.

Salvador Dalí, El Poder De Materializar La Imaginación En Realidad

Y aquello que podría detener el corazón de las cosas sigue latiendo como una línea irresistible, ignorada y a la vez querida. Un día como este los hombres se acercaron hasta el acantilado de sí mismos e inventaron el temor. Y tras el temor nombraron al dios, no a fin de que les salvara del miedo, sino más bien pues era necesario otro temor aún mayor que envolviera el corazón de ese temor en el que se terminaban de descubrir. Si el mundo y las mujeres la desconcertaban no se debía a que fuesen absurdas, sino más bien a que eran extrañas, indescifrables.

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Me acuerdo asimismo de que, cuando era pequeño, en todos y cada uno de los trenes y en las estaciones de Suiza, había avisos que advertían de los cortes de energía. Cuando estaba en Cantabria, como tenía ciertas tierras y cabezas de ganado, hacía también mantequilla y quesos. La mantequilla que nos mandaba a casa, venía en forma de rulos, cubierta en hojas, y tenía un gusto cremoso y avellanado que jamás he encontrado en las fabricantes industriales.

Mundo Digital, ¿cultura De La Superficialidad?

Se fue con Carolina, una mulatona entrada en carnes, que andaba echándole los tejos. De María del Velo se olvidó con unas cachazas y con las risotadas de Carolina. Quien estaba verdaderamente encaprichado era el mulato Porciúncula, que no pasaba una noche sin buscar a María a riberas del mar, observando sus contoneos, deseando zozobrar en ella. Del mismo modo lo contó, sin esconder nada, y entonces aún le dolía su pasión, su voz conmovía. Por el hecho de estar encaprichado como un perro sin dueño, husmeaba en todo lo que fuera novedad sobre María del Velo, y Tiberia le iba susurrando cosas al oído.

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No en vano, la revista siempre se ha caracterizado por su aptitud integradora de la rica y diversa imaginación literaria contemporánea. Nos observamos frente a frente en la soledad del comedor, con todo el que viaje en el cuerpo. Lo sabíamos todo uno del otro, todos y cada uno de los trucos, tanto lo bueno como lo malo, incluso aquellos defectos e intimidades que habríamos favorito no comprender. Éramos transparentes el uno para el otro, como maletas volcadas. Aunque nos queríamos, entre Carlota y yo se abría un espacio en blanco, un fulgor frío, poco de amor.

Pero esta es una compañía inconclusa en la que el poeta sigue trabajando. Cuando en la época de los años sesenta Onetti es asociado al boom de la literatura latinoamericana, su nombre figura como un coetáneo mayor de edad, un escritor algo anacrónico entre el joven Mario Vargas Llosa y los flamantes best sellers Gabriel García Márquez con Cien años de soledad y Julio Cortázar con Rayuela. Figura entre predecesores reconocidos de forma tardía y en un sistema del sol del que es alejado mundo. Comparte su “excentricidad” con Juan Rulfo —cuyas únicas obras El liso en llamas y Pedro Páramo habían sido publicadas de antemano—, nuestro Jorge Luis Borges cuyo reconocimiento llega tardíamente, vía Europa, y un quejoso José Ocurrente que en Historia personal del boom reclama su lugar en el pelotón de primera división del que se siente excluido.