Novedades Revista Cultural Turia

Los detalles del infortunio de sus lejanas parientas la despeluznaban. Para reclutarla, en lugar de una recompensa que los pusiese a cubierto de cualquier posible peligro. Nadie sabe de seguro qué cosa hay allí, informó Tonico Cañizares que había descuidado su puesto de observación, tras varias horas de inútil espera y de soportar aquel monótono fragor. Que es cosa de un grave desequilibrio ecológico, que la semana anterior, no se podía ni transitar por las calles de Rojales de la pestilencia que emanaba del río, que las espumas masacraron decenas de peces y que sus cadáveres flotaban luego, en el hoyo del azud, como un testimonio patético de los flagrantes atentados contra la naturaleza.

Golpeó, de una en una, las puertas aseguradas con travesaños de madera y escuchó el retumbo inhóspito de los espacios despoblados. Mercedes Amorós tanteó los muros y rozó, con repugnancia, la pata seca de un macho cabrío que memoraba la locura de Leo Ros. Pensó en nuestro Práxedes Rabasco, enlutado y con una maleta de cartón piedra, sendero de Almoradí, exhalando aún el melancólico olor de las flores mortuorias, me marcho con mis progenitores, no soporto tanta soledad. O sea que la fiebre de inquietudes se había desmandado y Puebla se vaciaba definitivamente. Y él, con la carta de renuncia a medio redactar, el boceto en el bolsillo y la observación a Rita Senabre de que fuera mejorando los bultos, para el viaje a Barcelona, donde el hijo mayor. El guardia civil pareció adivinarle el emprendimiento.

La Cabaña Del Fin Del Mundo

Su pobre madre se pasó treinta años aguardando al marido y cuando comprendió, por fin, que nunca iba a regresar, se murió tranquilamente. Antes de fallecer, le dijo a Juan si sabía lo que significaba aquella marca purpúrea de su hombro derecho y Juan le replicó que sí, que lo sabía y bastante bien, por la Sapa, que lo pregonó el 14 de diciembre, o quizá fuera el 15, del 66. Es la carne, digo, la que me inquieta y me reduce a la tierra. El canónigo se flagelaba, cada noche, el cuerpo desnudo y velloso, y, especialmente, su creada virilidad, por ver si de esta manera, con mortificaciones y cilicios, refrenaba tanta incontinencia. Entonces, se aupaba a la cúspide del armario ropero, extendía los brazos en cruz, cerraba los ojos y con una plegaria en los labios, se precipitaba inexorablemente en los abismos.

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Y son hermanas, la mayor lleva por nombre Dolores y la menor Antonia. Dolores es muy flaca, tiene una trenza larga y negra y pelusilla en la comisura de los labios. Afirma que va a ser monja o auxiliar, pero me cuesta imaginarla de cualquiera de las dos formas. No soy con la capacidad de imaginarme monjas ni azafatas con bigote y tan mal carácter. Tengo once años; aún pienso que las monjitas son todas y cada una unas santas piadosas y todas y cada una de las azafatas rubias y alegres. Dolores es muy fiel y realmente seria, y no suele decir palabrotas pero, en ocasiones, de súbito, aprieta los labios y se le pone cara de maligna.

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Desde su reciente visita a Puebla, Mercedes Amorós adquirió prácticas táctiles. Tenía una voz de vanguardista y le contó perifrásticamente el galimatías del profesor de postas y del hombre que siempre corría. Escuadra de zapatos que navegaban intrépidamente calle abajo.

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Además de esto, el cariño puede batallar las emociones de la vergüenza o del asco –que puede estar en el origen de ciertas actitudes de rechazo o exclusión– borrando las fronteras entre las personas y abriéndolas a la predominación de los otros, de forma que puede resultar eficiente para respaldar los objetivos de una sociedad liberal y democrática. Para lograr este cometido, Nussbaum comienza por mostrar mediante su investigación una sucesión de habilidades o funciones que se dan en todas las culturas y definen nuestra humanidad común. Este conjunto de características forma una noción «esencialista» de la naturaleza humana, o que por lo menos acepta «que la vida humana tiene ciertos rasgos centrales definitorios». Aún estaban al principio y las relaciones resultaban esquivas y contradictorias. Luego sobrevino una época de entendimiento y Leo le reveló ciertas de sus peculiares averiguaciones, lo que no dejaba de ser un síntoma alentador de avenencia cariñosa.

En literatura no suelen acontecer milagros ni cumplirse supercherías, y por eso la ventana de Vargas Llosa estuvo vacía para mí durante todos esos años. Ahora la cábala ha desaparecido, si bien tengo la fortuna de entender personalmente a Vargas Llosa, quien ha sido muy espléndido conmigo y mi carrera siempre. Cuando lo vi por primera vez directamente la superstición había desaparecido. El libro concluye con “Simbad y la isla de la muerte”, un inquietante relato de aventuras similar a su precursor “Una sombra blanca”. Aventuras, exotismo y fantasía se mezclan para dotar a esta historia de un dinamismo particular y también insólito.

Libros Que Quiero Leer

Mire, usted, que se lo repito, sargento, una caja de enigmas o aun, y quién sabe, hasta la mítica caja de Pandora, sargento. Inesperadamente, el sargento se interesó por esos rumores que le habían llegado acerca de una lluvia de billetes en cantidad mucho más que de sobra, como para encapotar el cadáver de la joven. Hasta que el sargento no vio con sus ojos a la esbelta mujer entregada a las solitarias obscenidades y al sujeto del rifle vislumbrando los aledaños de la finca no se tomó demasiado seriamente el asunto.

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La sinagoga sólo abre unos días a la semana. Por el momento no se celebra en ella ninguna ceremonia espiritual. Tal vez exageraba el cuidador, y continuaran todavía los dueños de los dos negocios que había fotografiado el día anterior.

Son jóvenes, pensó, pero con un alto concepto de la especialidad y de la compromiso. De buena mañana, el sargento deseó inspeccionar, en persona, el teatro de las operaciones. Dio un amplio rodeo a la finca y descubrió al fin a sus inferiores agazapados entre los naranjos y forcejeando por la posesión del instrumento óptico. Se les aproximó con sigilo y en el momento en que ahora se hallaba solamente a unos pasos emitió un suave carraspeo.

La Muerte Blanca

A su madre, le informó que no se impacientara. Me llegó la hora de cerrar unos tratos, en Murcia, y usted sabe que yo no falto a mi palabra, madre. No deseaba presenciar la voladura de Puebla y se le había metido en el cuerpo todo el trabucazo de la profecía del tío Maximino Meroño, cuando cascó arriba de un siglo recién cumplido; que va a llegar alguien que va a poner de patas ruinas y tierras; que saldrá a flote mucha porquería; que nos salpicará la mierda. Ay, tío Meroño que no te conté lo que nos contó la Sapa, aquel miércoles, 14 de diciembre de 1966, el mismo día que Franco nos solicitó el sí, como un enamorado irreprimible. No, no te conté nada y tú ibas de un lado para otro, con esa manía tan tuya de recomponer nuestra historia, sin que ningún extraño nos la amañe, afirmabas.